La tecnología de la información y de las comunicaciones provocarán un gran cambio en ese proceso de aprendizaje y los académicos serán menos profesores y más gestores del aprendizaje y esto es algo que las universidades deberemos aprovechar y aplicar. Por dos razones: por un lado, Internet no es sólo un medio para obtener información, sino un medio de intercambio entre profesor y estudiante; por otro, porque el potencial de las redes de banda ancha para comunicar desde texto hasta imagen pueden proporcionar un aula virtual.
El desafío de la Universidad en la sociedad del conocimiento.
Las nuevas tecnologías de la comunicación amplían enormemente el acceso al conocimiento. Las redes telemáticas, la televisión satelital, Internet y la realidad virtual modifican los procesos de comunicación y de adquisición del saber. Se crean canales capilares de difusión que ofrecen nuevas e inéditas posibilidades para una plena democratización del acceso a la formación y a la instrucción. No de modo casual, para caracterizar estas potencialidades, se habla del pasaje de una sociedad de la información a una sociedad del conocimiento. Estamos viviendo una revolución social y cultural y ello pone en discusión los modelos institucionales y tradicionales de la escuela y de la universidad. De hecho, los instrumentos de formación, en parte ya hoy disponibles gracias a las nuevas tecnologías, permiten adquirir conocimientos y competencias, incluso, fuera de las estructuras educativas y formativas tradicionales. Hoy todos pueden aprender a través de las redes telemáticas. Las instituciones formativas, ante los procesos de cambio que caracterizan y caracterizarán siempre más esta fase de transformación, deben estar en condiciones, permanentemente, de innovar los contenidos de las disciplinas, reorganizar las curricula e identificar nuevas direcciones de desarrollo vinculadas a las necesidades específicas de un mercado del trabajo flexible e internacional.
Concentrando la atención en el nivel universitario, surge, clara, la exigencia de dar una nueva función a la Institución universitaria y al sistema de formación permanente y, por lo tanto, la necesidad de renovar los instrumentos y los mecanismos para llevarla a cabo.
Hoy las personas que se inscriben en los cursos de formación permanente de nivel superior, lo hacen motivados, no tanto por el deseo de insertarse en el nivel más alto del sistema productivo, como sucedía durante la postguerra, sino, más bien, por la necesidad de adquirir de modo rápido una competencia específica que les permita permanecer en un sistema en permanente reestructuración y encontrar allí una nueva colocación. Esto significa que la Universidad debe estar en condiciones de transmitir conocimientos just in time , a flujo continuo, misión para la cual no ha sido concebida. A esta actualización permanente de los contenidos, se vincula la necesidad de revisar modelos y métodos de enseñanza y de aprendizaje; requisito puesto por las modificaciones profundas que las nuevas tecnologías introducen en los modos de transmisión del conocimiento. En este contexto, la universidad, institución que ha satisfecho por años las necesidades de formación avanzada, debe, si quiere mantener un rol adecuado a su tradición y a sus potencialidades en el desarrollo cultural y social, identificar nuevas estrategias que le permitan responder a las nuevas necesidades y llegar a los nuevos usuarios.
Si la universidad no afronta este nuevo desafío, corre el riesgo de seguir en la enseñanza el camino ya seguido en la investigación. En efecto, después de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de las universidades europeas perdió su rol primario de sede de producción del saber. La investigación aplicada se desarrolló, principalmente, en otras instituciones de investigación públicas y en grandes aparatos industriales, dotados de importantes laboratorios. A menudo financiados por los gobiernos nacionales, en estos centros, se han llevado a cabo investigaciones orientadas al desarrollo de productos adecuados a las lógicas de los mercados. Las consecuencias negativas de este proceso resultan, en algunos casos, evidentes. Retornando a la formación, es necesario constatar que hoy existen muchas agencias externas a la universidad que han activado estructuras internas de formación avanzada y organizado sistemas propios de enseñanza a distancia , basados en la utilización de las nuevas tecnologías didácticas. El análisis de los contenidos y de los modelos psicopedagógicos de estos cursos de formación evidencia que, en muchos casos, los iter formativos no se orientan al desarrollo de conocimientos y competencias de un modo crítico y problemático. En la sociedad de la información se perfila, por consiguiente, el desarrollo de un sistema educativo y formativo amplio y abierto, que presenta notables potencialidades, pero también fuertes riesgos. Respecto a las estructuras educativas tradicionales, en ausencia de una profunda renovación, existe el peligro de una progresiva decadencia. En este contexto, si las universidades quieren mantener su rol central en la transmisión de los conocimientos, es necesario que:
- Identifiquen nuevas políticas de intervención para dar respuestas adecuadas a las necesidades de formación, incrementando la flexibilidad;
- Redefinan sus funciones para insertarse en el nuevo contexto y en el nuevo ambiente de la sociedad de la información;
- Modifiquen el rol profesional de los docentes;
- Se confronten con otras iniciativas de formación, paralelas y separadas, que ya se han desarrollado o que están por desarrollarse.
En otras palabras, se debería activar un mecanismo de transferencia de la innovación análogo, por empeño y espesor, al que se adopta cuando se introducen nuevas tecnologías en una empresa y que produce un cambio en la estructura, en el proceso productivo y en los perfiles profesionales. Los modelos de la producción industrial, como consecuencia de la introducción de nuevas tecnologías, han evolucionado en nuevos modelos flexibles. Una evolución análoga se debería verificar en el sistema formativo: abandonar la subdivisión rígida del iter formativo para abrir el camino a un sistema de formación abierto y flexible.
Es un desafío que todas las instituciones formativas deben afrontar. La Universidad puede responder a este desafío con éxito, gracias a la peculiaridad que le es propia: ser, simultáneamente, la sede natural de la investigación y de la enseñanza. Puede jugar un rol importante tanto para definir, a través de la investigación, los nuevos medios y los nuevos modos para comunicar el saber, utilizando las nuevas tecnologías informáticas y telemáticas, cuanto para activar nuevos procesos de enseñanza/aprendizaje flexibles y diversificados.