viernes, 28 de marzo de 2008

INDIES Y CLEOPATRAS


Los indies (también llamados "pijos alternativos" o "undergrounds de diseño") son una pandilla de adolescentes creativos, urbanos y vanguardistas nacidos en el mundo occidental durante los años ochenta, como punto de encuentro entre la herencia beatnik y la denominada Nueva Izquierda (esto es, aquel sector de la izquierda crítica nacido en los años sesenta y formado por jóvenes universitarios y estetas que detestaban tanto la convencionalidad de la sociedad burguesa como la racionalidad burocrática del socialismo de Estado).
Hablando en general, los indies son claramente identificables por su peculiar indumentaria, que suele incluir gafas de pasta, cabellos limpios pero milimétricamente despeinados, camisetas al estilo inglés con referencias a algún grupo musical "de culto", pantalones de marca aunque cuidadosamente desharrapados, zapatillas Converse all-star (o similares) y chapas llamativas por cualquier parte del cuerpo.
Su principal afición es la música, hasta el punto de que raro es el indie que no forma parte de algún grupo. Sus principales influencias musicales son Velvet Underground, Leonard Cohen, Joy Division, Sonic Youth, The Smiths, My Bloody Valentine, Jesus and Mary Chain, Pixies, Stone Roses y Mercury Rev, grupos a los que situaron desde muy pronto en un plano intelectual superior -música de culto- al del resto de grupos de rock. Con suerte, también escuchan algo de Jazz (Miles Davis, John Coltrane, etc) o incluso de funky (Marvin Gaye), pero no se puede decir que éstas sean sus principales influencias. A pesar de lo que pueda sugerir su elitismo de corte claramente individualista, lo cierto es que los indies suelen estar asombrosamente de acuerdo en casi todo. Es difícil que uno de ellos hable mal de Lou Reed o de Tom Waits, ya que en ese caso podría quedar automáticamente excluido de la tribu.
Los principales formadores de opinión en esta tribu suelen ser periodistas ampulosos e insufriblemente elitistas de revistas como The Wire, Pitchfork o la española Rockdelux. Estos auténticos gurúes son capaces de construir nuevos ídolos y artistas de culto cada cinco minutos, con la finalidad, por un lado, de desmarcarse de todo aquello que predomine en ámbitos mayoritarios y, por otro, de fomentar el consumo de música y de sus propias revistas. Es evidente que la industrial musical y/o cultural no se podría sostener vendiendo los mismos ídolos durante 40 años. Sin embargo, esta obsesión por diferenciarse del resto les puede llevar al absurdo de recomendar fervientemente un grupo y después, pasados unos años, denostarlo sin piedad. Esto es lo que ha ocurrido con grupos como Manic Street Preachers, Beck, Radiohead o Sigur Rós, de los que hablaban maravillas hace unos años y a los que ahora ridiculizan.
También son muy aficionados al mundo de la creación audiovisual, y más concretamente al cine. Como buenos individualistas, les interesa fundamentalmente el llamado cine de autor, y suelen ser fans declarados de directores como Jim Jarmusch, Aki Kaurismaki, Woody Alen, Akira Kurosawa, Lars von Trier, François Truffaut, Eric Rohmer, Todd Solondz, los hermanos Coen o cualquier otro que reciba un premio en el Festival de Sundance. Al igual que los cinéfilos, ahora se encuentran en pleno tránsito desde la nouvelle vague hacia el orientalismo (es decir, Kim Ki-Duk, Wong Kar-Wai, Takeshi Kitano y demás directores de ojos rasgados pero encuadrados casi totalmente en los cánones de realización occidental).
Les interesa más la literatura y el arte que la política o la filosofía. Sus autores de cabecera suelen ser los del movimiento Beat (Burroughs, Kerouac, Ginsberg, etc) y algunos más actuales como Paul Auster, Chuck Palahniuk, Ian McEwan o Michel Houellebecq. Les apasiona el arte transgresor y vanguardista, inclinándose por el dadaísmo, la obra y figura de Marcel Duchamp y el Pop Art de artistas como Andy Warhol o Roy Lichtenstein. También les suele entusiasmar todo lo relacionado con los cómics y el diseño gráfico, así como todas esas tontísimas series de televisión americanas al estilo Simpsons, Family Guy o Friends.
Así, los indies se sitúan en un extraño escalón intermedio entre la cultura popular y la cultura elitista. Son demasiado individualistas y arrogantes para compartir sus aficiones con la vulgar muchedumbre, aunque también son demasiado frívolos y hedonistas para alcanzar las cimas del pensamiento académico, al que acusan de padecer la misma enfermedad que ellos: arrogancia, elitismo y separación de la vida cotidiana. Esa separación tan artificial entre la cultura de masas y lo que ellos mismos se permiten calificar como lo "emergente" y lo "excelente", por lo demás, les suele llevar al absurdo de considerar que un grupo británico de pop-rock como Suede es un producto de masas, mientras que un joven guitarrista underground al que no conoce nadie -pongamos por caso un James Blackshaw- puede ser poco menos que un semidiós, un genio o un artista de culto. La actitud arrogantísima frente a lo que llaman cultura de masas choca frontalmente contra la actitud asquerosamente devota, entregada, exagerada y masturbada que muestran hacia sus propios productos mediáticos. ¿De verdad hay tanta diferencia entre unos y otros?
Este elitismo indie, además, resulta difícilmente comprensible si tenemos en cuenta su escandalosa indiferencia hacia todo aquello que suceda más allá del mundo moderno y anglosajón. Ninguno de ellos dejaría de considerarse superior a los demás por no haber leído ni una sola línea de Ibn Jaldun, y desde luego ninguno de ellos se avergonzaría de no ser capaz de redactar ni tres líneas sobre la historia del imperio otomano. La única cultura digna de atención es la que les interesa a ellos.
Mención aparte merecen algunas indies femeninas, a las que mi amiga Malovecats etiquetó sabiamente como "Las Cleopatras", en referencia a sus cabellos teñidos de negro y a sus ridículos flequillos cuadriculados. Hablando en general, puede decirse que se trata de una versión sublimada y esperpéntica de los indies, hasta el punto de que algunas de ellas decidieron entrar en la tribu simplemente para tener opciones de ligar con algunos de esos chicos modernos, alternativos y sabelotodo. Lo de leer a Jack Kerouac y escuchar a Sonic Youth, en su caso, fue la consecuencia de entrar en la tribu, no la causa.
En definitiva, puede hablarse de mezquindad elitista, charlatanería, competitividad, hedonismo, frivolidad, individualismo, ignorancia arrogante, egocentrismo delirante, exclusión endogámica, eurocentrismo, completa ausencia de compromiso social e incapacidad crónica para amar: he aquí las características que configuran el retrato exhaustivo de un indie o de una cleopatra cualquiera.